Gradualismo anarquista
Bajo estándares estereotípicos, el
“gradualismo anarquista” puede ser visto como una idea contradictoria, o al
menos como una idea completamente revisionista que abandona los supuestos
“imposibilistas” típicos del anarquismo. Fue sin embargo el resultado de medio
siglo de coherente trayectoria en Malatesta, iniciada en la Primera
Internacional. Ofrece entonces la oportunidad de volver a evaluar lo sustancial
del anarquismo de Malatesta y de discutir cómo es que éste “hacía sentido.” La
tarea consiste en mostrar cómo están interconectados los medios y los fines
anarquistas, y qué creencias conforman la espina dorsal que sostiene y
justifica esas interconexiones. Tal revaloración de la racionalidad del anarquismo
puede lograrse mejor mediante una comparación crítica entre sus “buenas”
razones y las ideas y teorías de acción colectiva que se han vuelto corrientes
en las ciencias sociales del siglo veinte. De este modo, el anarquismo puede
ser rescatado del domicilio coatto
cultural al que generalmente se le segrega. Al traer de manifiesto las similitudes
y conexiones con teorías “sensibles” externas a la tradición anarquista, puede
ser vindicada la sofisticación intelectual de su teoría, así la atribución de
irracionalidad, facilitada usualmente al confinar convenientemente al
anarquismo al rango de aberración intelectual, se torna problemática y
cuestionable.
Malatesta
resumió la trayectoria del anarquismo italiano en un artículo suyo en 1931, un
año antes de su muerte. Rememoró los sesenta años anteriores; en los inicios de
su movimiento los anarquistas creían que la anarquía y el comunismo podían
suceder como consecuencia directa e inmediata de una insurrección victoriosa y que
su establecimiento sería el acto inicial mismo de la revolución social. “Esta
era por cierto la idea que, tras ser aceptada un poco más tarde por Kropotkin,
él popularizó y casi estableció como el programa definitivo del anarquismo” (“A
proposito di ‘revisionismo’”). Aquella seguridad descansaba sobre la creencia
de que el pueblo tenía la capacidad innata de auto-organizarse y de proveerse
sus propios intereses y de que los anarquistas interpretaban los profundos
instintos de las masas. A medida que pasó el tiempo, el estudio y la
experiencia probaron que muchas de aquellas creencias eran ilusiones.
El
historiador Richard Hostetter considera la temprana creencia en el “revolucionarismo instintivo de
las masas” como el meollo del inescapable “dilema de los anarquistas” que ya
para 1882 había determinado la “liquidación ideológica” de la Internacional Italiana.
Sin embargo, a pesar de las “exequias del movimiento anarquista italiano” que
cierran el libro de Hostetter, la teoría y la táctica anarquista tenían más
recursos y potencial de lo que muchos historiadores quisieran creer.[1]
Como
señaló Malatesta en su artículo de 1931, las realizaciones clave de que ni la
masa tenía todas las virtudes que se le atribuían ni la propaganda tenía todo
el potencial que los anarquistas habían creído, eran el punto inicial de una
nueva mirada sobre la lucha social. Los anarquistas comprendieron que solo un
número limitado de personas podían convertirse en un ambiente dado; luego,
encontrar nuevos miembros se tornó cada vez más difícil, hasta que los sucesos
económicos y políticos creaban nuevas oportunidades.
“Tras
alcanzar cierto punto,” observaba Malatesta, “no podían crecer los números
excepto mediante la dilusión y la adulteración del programa, como le ocurrió a
los socialdemócratas, quienes fueron capaces de congregar imponentes masas,
pero sólo al precio de dejar de ser reales socialistas.” Los anarquistas
llegaron a entender su misión de distinto modo; basados en la convicción de que
la aspiración a la libertad integral, o el “espíritu anarquista,” era la causa
del progreso de la humanidad, mientras los privilegios políticos y económicos
empujaban hacia atrás a la humanidad hacia una condición barbárica, a menos que
tales privilegios encontraran un obstáculo en un anarquismo más o menos
consciente. Los anarquistas comprendieron que “la anarquía solo podía llegar
gradualmente, en la medida en que la masa pudiese entenderla y desearla, pero
no llegaría jamás excepto bajo el impulso de una minoría anarquista más o menos
consciente, que actuase de modo de preparar el ambiente necesario.” Seguir
siendo anarquistas y actuar como anarquistas en toda circunstancia, antes,
durante, y después de una revolución, era el deber que establecieron para sí
mismos.[2]
Malatesta
había resumido lo que los anarquistas habían de hacer antes, durante y después
de una revolución en su artículo “Gradualismo”.
Para
Malatesta, la anarquía podía aún ser vista como perfección absoluta, y era
cierto que esta idea había de permanecer en las mentes de los anarquistas, como
un bastión que guiase sus pasos, pero obviamente un ideal como ese no podía ser
alcanzado de un solo salto. Y tampoco, a la inversa, habían de esperar los
anarquistas que todos se volvieran anarquistas para alcanzar la anarquía. Por
el contrario, eran revolucionarios precisamente porque creían que bajo las
condiciones presentes solo una pequeña minoría podía concebir lo que era la
anarquía, mientras sería quimérico esperar una conversión general antes de que
el ambiente cambiara. Dado que los anarquistas no podían convertir a todos de una
vez, ni permanecer en aislamiento del resto de la sociedad, era necesario
encontrar formas de aplicar la anarquía, o aquel grado de anarquía que se
volviera gradualmente viable, entre personas que no fuesen anarquistas, o lo
fuesen en distintos grados, tan pronto como una libertad suficiente se
obtuviese, y que existiese un núcleo anarquista con suficiente fuerza y
capacidad numérica como para ser auto-suficiente y extender su influencia
localmente.
Antes
de una revolución, argumentaba Malatesta, los anarquistas debían propagar sus
ideas y educar tan ampliamente como fuese posible, rechazando todo compromiso
con el enemigo y manteniéndose listos, al menos mentalmente, para tomar
cualquier oportunidad que se pudiese presentar.
¿Qué
habían de hacer durante una revolución? No podían hacer una revolución solos, y
tampoco eso sería aconsejable, pues sin movilizar todas las fuerzas
espirituales, los intereses, y las aspicariones de todo un pueblo, una revolución
sería abortiva. Y aún en el improbable caso de que los anarquistas fuesen
capaces de tener éxito solos, se encontrarían en la paradójica posición de o
bien empujar la revolución de manera autoritaria o de retroceder y dejar que
otro tome el control de la situación para sus propios propósitos. Por ende, los
anarquistas debían actuar en acuerdo con todas las fuerzas progresivas y atraer
a la mayor masa posible, dejando que la revolución, de la cual los anarquistas
serían solo un componente, ceda lo que pueda. Sin embargo, los anarquistas no
habían de renunciar a su propósito específico. Por el contrario, debían seguir
unidos como anarquistas y distinguidos de otros partidos y luchar por su propio
programa: la abolición del poder político y la expropiación de los
capitalistas. Si, no obstante sus esfuerzos, nuevos poderes lograran
establecerse, obstaculizando la iniciativa popular, e impusieran su voluntad,
los anarquistas debían desobedecer aquellos poderes, inducir al pueblo a
retener los recursos humanos y materiales, y debilitar a aquellos tanto como
fuese posible, hasta que pudiesen derrocarlos por completo. En cualquier caso,
los anarquistas debían demandar, incluso por la fuerza, la autonomía total, y
el derecho y los medios de organizarse y vivir a su propio modo, y experimentar
con los arreglos sociales que les parecieran mejores.
La
secuela de una revolución, tras el derrocamiento del poder existente y el
triunfo final de los insurgentes, era el terreno en el que el gradualismo ser
tornaría realmente crucial. Todos los problemas prácticos de la vida debían ser
estudiados — respecto a la producción, intercambio, medios de comunicación,
etc. — y cada problema debía resolverse en el modo que no solo fuese más
conveniente económicamente, sino también más satisfactorio desde el punto de
vista de la justicia y la libertad, y que dejase abierta la vía a futuras
mejoras. En caso de conflicto entre distintos requerimientos, la justicia, la
libertad, y la solidaridad debían ser priorizadas por sobre la conveniencia
económica. Mientras luchan contra la autoridad y el privilegio, los anarquistas
han de sacar provecho de todos los beneficios de la civilización. Ninguna
institución que satisfaciese una necesidad, aún imperfectamente, debía ser
destruida hasta que pudiese ser reemplazada con una mejor solución para proveer
a aquella necesidad. Mientras los anarquistas eran intransigentes contra toda
imposición y explotación capitalista, debían ser tolerantes hacia todo plan
social que prevaleciese en las diversas agrupaciones, en tanto tales planes no
infringieran la igual libertad de los otros. Los anarquistas debían contentarse
con progresar gradualmente, al paso
del desarrollo moral del pueblo y a medida que los medios materiales e
intelectuales aumentaran, haciendo al mismo tiempo todo lo posible, mediante el
estudio, el trabajo, y la propaganda, por apresurar el desarrollo hacia ideales
cada vez más avanzados. Las soluciones serían diversas, de acuerdo a las
cirunstancias, pero debían siempre conformarse, en cuanto a los anarquistas
concienrne, al principio fundamental de que la coerción y la explotación debían
ser rechazadas.[3]
En
últimas, como escribió Malatesta en una carta abierta de 1929 a Nestor Makhno,
“lo importante no es la victoria de
nuestros planes, nuestros proyectos, nuestras utopías, que en cualquier caso
necesitan la confirmación de la experiencia y pueden ser modificados por la
experiencia, desarrollados y adaptados a las condiciones morales y materiales
reales de la época y del lugar. Lo que importa más es que el pueblo, mujeres y
hombres pierdan los instintos y hábitos ovejunos que miles de años de
esclavitud han inculcado en ellos, y que aprendan a pensar y a actuar
libremente. Y es a esta gran obra de liberación moral que los anarquistas deben
especialmente dedicarse.”[4]
(“A proposito della ‘Plateforme’”)
El
gradualismo anarquista era el resultado de un largo itinerario iniciado en
1889.
Se
construía sobre los nuevos cimientos para el anarquismo que Malatesta
estableció por vez primera en L 'Associazione. Todas las etapas de evolución subsiguientes en Malatesta fueron
preservadas y fusionadas en su concepción gradualista.
Su motivación primaria fue provista por la
mirada desencantada de Malatesta sobre las masas que comenzó a expresar en sus
artículos de 1889 en los que urgía a los anarquistas a “ir hacia el pueblo” y a
tomar las masas como eran. El
realismo de Malatesta halló expresión no solo en la idea de que un número
limitado de personas podía convertirse a los ideales revolucionarios en un
ambiente dado, sino que además en su creencia de que la mera defensa de
intereses económicos no necesariamente se tornaba en una fuerza revolucionaria.
“Después de todo — argumenta Malatesta en 1922 en contraste con las teorías
sindicalistas — los intereses son siempre conservadores; solo el ideal es
revolucionario.” Quería decir que los intereses económicos eran por naturaleza
divisivos, como lo ilustró la controversia de 1897 entre los portuarios de
Ancona: la empresa cerrada [lit., “closed-shop”] y la libertad de
trabajo, cada cual expresaba los legítimos pero conflictivos intereses de los
trabajadores. Una conciencia revolucionaria podía solamente ser alcanzada
trascendiendo ambas ("La lotta economica in regime capitalistico").
Aunque Malatesta reconocía la relevancia de las
necesidades materiales, reconocía que los intereses materiales, inmediatos,
personales a menudo chocan con las morales, futuras, y generales. Toda persona
que luchaba contra los males sociales había de enfrentar esta tensión. Aunque
abundaban ejemplos de auto-sacrificio e incluso de martirio, el espíritu de
sacrificio no podía esperarse de las grandes masas. Aún así, la resistencia
económica ayudaba a crear un terreno fértil para la germinación de ideales
revolucionarios ("Interesse ed ideale").[5]
El gradualismo era la respuesta final de
Malatesta al acertijo de la acción colectiva anarquista, donde la participación
consciente de las masas era necesaria para cualquier revolución verdaderamente
emancipatoria, mientras que al mismo tiempo la consciencia revolucionaria no
podía ser la atribución de las grandes masas bajo los constreñimientos
materiales existentes de la explotación y la opresión.
En
la visión gradualista de Malatesta, la elevación de consciencia y el incremento
de libertad, igualdad y bienestar se alimentaban entre sí en un proceso dinámico,
interativo, y abierto.
[1] "A proposito di 'revisionismo.'"
L 'Adunata dei Refrattari (New York) 10, no. 28 (1 de Agosto de 1931); Hostetter, 409-410, 425.
[2] "A proposito di 'revisionismo.'"
[3] "Gradualismo," Pensiero e
Volonta (Roma) 2, no. 12 (1 de Octubre de 1925); traducido en Anarchist
Revolution, 82-87.
[4] "A proposito della 'Plateforme':
Risposta a Nestore Makhno," 11 Risveglio
Anarchico (Génova) 27,
no. 785 (14 de Diciembre de 1929); traducido en Anarchist Revolution, 110-1
[5] "La lotta economica in regime
capitalistico," Umanita Nova (Roma), no. 193 (21 Octubre 1922);
"Interesse ed ideale," Umanita Nova (Roma), no. 196 (2 Diciembre
1922).