Organización
y oligarquía: un debate anarquista
Como
el debate dos años antes de Malatesta con Merlino sobre anarquismo y
parlamentarismo, el debate con Ciancabilla ofrece una oportunidad de
revisar argumentos opuestos y discutir sistemáticamente las visiones
de Malatesta sobre el central asunto de la organización. Fue éste
objeto de la más acalorada, divisiva y duradera controversia del
anarquismo italiano. El asunto fue discutido en los escritos de
Malatesta por unas cuatro décadas, desde 1889 hasta 1927-30, cuando
éste, el defensor de toda una vida de la organización anarquista
frente a acusaciones de autoritarismo, criticó el contenido
autoritario de la Plataforma,
el modelo de organización anarquista defendido por Nestor Makhno y
otros anarquistas rusos.
Lo
crucial de la controversia entre organizacionistas y
anti-organizacionistas era si los anarquistas debían organizarse en
alguna forma institucional.
Como
explica Ciancabilla al separarse de La
Questione Sociale,
los anti-organizacionistas afirmaban que un propósito “dirige
espontáneamente hacia sí los esfuerzos de quienes luchan por el
mismo fin, sin que esto implique la aceptación coercitiva de un
programa común de lucha, que sería imposible de seguir sin mutuas
concesiones y restricciones entre individuos de diversos
temperamentos y modos de pensar, ver y sentir, por el bien de acatar
a una mayoría”. Para ellos, “partido” significaba secta. La
admisión, excomunión, y exclusivismo eran sus consecuencias
fatales.1
Similarmente, Luigi Galleani, el más influyente representativo de la
anti-organización, argumentaba en 1925 que “un partido político,
cualquier partido político, tiene su programa, que es su carta
constitucional; en asambleas de grupos representativos, tiene su
parlamento; en su administración, sus planas y comités ejecutivos,
tiene su gobierno.” En resumen, era “una real jerarquía, no
importa cuán disfrazada, en la que todos los niveles están
conectados por un solo lazo, la disciplina, que castiga las
infracciones con sanciones que van desde la censura a la excomunión,
a la expulsión”2
En
contraste los organizacionistas defendían la creación de
federaciones anarquistas. En el artículo de tres partes
“L’organizzazione” de junio de 1897 —
su
obra más extensa sobre el tema — Malatesta argumenta que era
simplemente natural que los individuos que comparten un fin común
“lleguen a acuerdos, reúnan sus recursos, dividan la labor, y
adopten todas las medidas que se piensen probables de impulsar aquel
propósito y que son la raison
d'être
de una organización”. En contraste, argumenta, el aislamiento
significa “condenarse a sí mismo a la impotencia, a malgastar las
propias energías en actos triviales e inefectivos y, muy pronto,
perder el propósito y caer en la total inacción”.3
Los organizacionistas enfatizaban que su modelo de organización no
tenía elemento autoritario alguno, pues nadie tenía el derecho de
imponer su voluntad, o de comprometerse con resoluciones que uno no
hubiese aceptado previamente. Los miembros sólo tenían el deber
moral de llevar a cabo sus compromisos y de no hacer nada que
contradijese el programa aceptado. Dentro de esos bordes, los
miembros individuales podían expresar cualquier opinión y utilizar
cualquier táctica.
La
controversia se basaba en las perspectivas opuestas sobre la relación
entre individuo y sociedad.
El
valor fundamental de los anti-organizacionistas era la autonomía
individual, la habilidad de actuar solamente en conformidad con la
propia voluntad. “Aspiramos a realizar la autonomía
del individuo dentro de la libertad de asociación”,
escribía Galleani, “la independencia de su pensamiento, de su
vida, de su desarrollo, de su destino, libre de violencia, de
veleidad y de dominación de la mayoría, como también de diversas
minorías”. Los anti-organizacionistas, proseguía Galleani, se
referían al comunismo libertario como un modo de “hallar un ubi
consistam
[punto de apoyo] en el cual esta autonomía política del individuo
pueda encontrar una realidad iluminada y feliz”. Obviamente eran
conscientes de que la autonomía individual estaba limitada en la
sociedad burguesa. Sin embargo, para ellos esta era una razón más
para resguardar dicha autonomía en la esfera de la acción política.
En contraste con las representaciones estereotipadas, los
anti-organizacionistas no defendían ni el actuar en solamente por
impulso propio ni egoísmo, es decir, por la preocupación exclusiva
por su propio interés individual. Por el contrario, eran cabalmente
igualitarios y defensores de la solidaridad. De igual manera, la
diferencia entre anti-organizacionistas y organizacionistas no debe
confundirse, como se hace con frecuencia, con diferencias más
populares, como aquella entre individualistas y comunistas. Los dos
anti-organizacionistas más influyentes argumentaban de otro modo:
Ciancabilla afirmaba que el individualismo y el anarquismo eran
términos contradictorios, mientras Galleani prefería afirmar que
entre comunismo e individualismo no había contradicción; de ninguna
manera, ninguno de los dos rechazaba el comunismo.4
Mientras
los anti-organizacionistas ponían el énfasis en la autonomía
individual, los organizacionistas consideraban la asociación como el
rasgo humano fundamental. Para Malatesta, la organización era una
necesidad de la vida: “organización” y “sociedad” eran casi
sinónimos. El ser humano aislado era tan impotente que no podía
siquiera vivir la vida de un bruto. Teniendo que unirse a otros, o
tal vez hallándose ya unido como consecuencia de la evolución
previa de la especie, tenía tres opciones: someterse a otros y ser
un esclavo; imponer su voluntad sobre otros y ser una autoridad; o
vivir en fraternal acuerdo por el bien mayor de todos, siendo así un
asociado. Para Malatesta, “nadie puede escapar a esta necesidad”5
El hecho de que las instituciones presentes fuesen autoritarias no
debía oscurecer el hecho de que se dirigían a necesidades sociales:
“todas las instituciones que oprimen y explotan al ser humano
tuvieron su origen en una necesidad real de la sociedad”.6
La sociedad anarquista era a la vez la sociedad donde la organización
estaba en su máximo, y la autoridad en su mínimo.
Significativamente, Malatesta añadía: “si creyésemos que la
organización sin autoridad es impracticable, seríamos autoritarios,
pues preferiríamos la autoridad — que coarta y entorpece la
existencia — a la desorganización, que la vuelve imposible.”7
Así, para Malatesta el ser humano era inevitablemente un ser social,
siempre inmerso en una red de relaciones sociales.
Sin
embargo, Malatesta rehuía de visiones holísticas sobre las
sociedad. Para él, existían dos modelos de sociedad,
correspondientes a dos nociones de sociedad humana. Todos reconocen,
afirmaba, que el ser humano necesita del ser humano, y que la
sociedad es el resultado de esta necesidad. Sin embargo, algunos
mantienen “que el propósito de la asociación y la cooperación
entre los seres humanos es contribuir al bienestar y mejoramiento de
la “sociedad”, y que el bien individual debe sacrificarse por el
“bien colectivo”.” Esta visión se basaba en una analogía con
organismos complejos, en la que “la función de las células de los
diversos órganos se realiza al servicio del organismo completo, que
él sólo tiene consciencia y es adecuadamente capaz de placer y
dolor”. Dado que, en la sociedad humana, “cada individuo tiene
una consciencia, mientras que no existe una consciencia colectiva, el
“bien colectivo” del que hablan los mencionados teóricos
significa, en la práctica, el bien de quienes dominan”. En
contraste, “otros piensan que el propósito de la sociedad debe ser
el bienestar y desarrollo de todos sus miembros, y por ende que todos
deben tener iguales derechos e iguales medios, mientras que nadie
puede obligar a otro a hacer nada contra su propia voluntad”.8
Perderse la distinción entre los planos sociológico y metodológico
es fuente de confusión respecto a la visión de Malatesta. Por
ejemplo, Sharif Gemie contrasta la afirmación de Bakunin de que el
“individuo aislado” es una ficción y la sociedad una “realidad
eterna”, con la afirmación de Malatesta de que “lo real es el
ser humano, el individuo”.9
Para Gemie las dos afirmaciones son mutuamente contradictorias. Pero
Malatesta mantuvo ambas: ningún individuo viviente existe fuera de
la sociedad, pero “sociedad” no denota ningún todo indivisible.
Desde
al valor axiomático respectivamente atribuido a la autonomía y la
asociación, los anti-organizacionistas y los organizacionistas
derivaron visiones opuestas respecto a la estructuras colectivas
permanentes. Para los primeros, la membresía en cualquier estructura
como aquellas — no importa cuán libres de coerción —
significaba por definición aceptar restricciones externas sobre la
autonomía, y era por lo tanto rechazada. Para los segundos, la
organización era una necesidad, o simplemente un hecho de la vida,
más allá de la elección individual. Lo que sí era asunto de
elección era si las personas se organizaban de modo autoritario o
igualitario. En concordancia con esto, daban poca consideración a la
autonomía individual como valor abstracto, pues en la práctica
significaba un aislamiento insostenible. En vez, apuntaban a prevenir
que nadie fuese forzado a obedecer la voluntad individual de otro.
Para los anti-organizacionistas, las normas externas limitaban la
autonomía individual y eran por ende autoritarias. Para los
organizacionistas, dichas normas eran tanto necesarias como inocuas,
en tanto fuesen auto-impuestas y modificables. Tal diferencia en
premisas teóricas determinó una suerte de asimetría entre las
respectivas actitudes frente al debate. Los organizacionistas, para
quienes la organización era una necesidad para todos, ya sea que uno
lo admita o no, consideraron que el debate carecía de base, mientras
los anti-organizacionistas enfatizaron la brecha entre ellos y sus
oponentes y tornaron la organización en una cuestión de principios.
El
asunto de la organización tuvo ramificaciones de largo alcance,
concernientes en especial a la relación entre los anarquistas y los
movimientos obreros: en resumen, para los anti-organizacionistas
había una exclusión y discontinuidad mutuas, para los
organizacionistas inclusión y continuidad. “Frente a la masa
inconsciente”, argumentaba Ciancabilla, “nuestra acción de
anarquistas puede ser solamente una: formar consciencias
anarquistas.” Describió el proceso de volverse anarquista como un
“separarse de la masa inconsciente”10
El lenguaje de Ciancabilla ilustra una perspectiva sobre la formación
de consciencias anarquistas como un proceso individual, no colectivo;
no gradual, sino que sucedía de una sola vez; y finalmente, como un
proceso de separación de la masa inconsciente. Galleani ofrecía una
idea similar cuando remarca que “el movimiento anarquista y el
movimiento obrero siguen dos líneas paralelas, y se ha demostrado
geométricamente que las paralelas nunca se encuentran”. No
obstante, Galleani mantenía que los anarquistas debían unirse a los
sindicatos “cuando lo hallemos útil para nuestra lucha y donde sea
que sea posible hacerlo bajo compromisos
y reservas bien definidas”.11
Su punto de vista fue encarnado en su rol principal en la huelga de
la seda en Paterson de junio de 1902, que le costó una bala en el
rostro y le forzó a escapar a Canadá.12
Los compromisos y reservas de Galleani fueron en gran medida
compartidos por los organizacionistas. Malatesta afirmó estar “casi
en completo acuerdo con Galleani” en el tema.13
Sin embargo, la postura de Galleani era primeramente instrumental.
Los sindicatos eran ambientes para la propaganda anarquista, y
posiblemente para la acción directa anti-capitalista, pero no se le
atribuía ningún valor intrínseco a sus fines y medios, ambos
considerados inconsistentes con el anarquismo.
En
contraste, Malatesta observó en 1897 que los trabajadores no podrían
emanciparse nunca hasta que encontraran en conjunto la fuerza moral,
económica y física para vencer a su enemigo. Señaló que algunos
anarquistas eran hostiles frente a toda organización que no apuntara
explícitamente a la anarquía y no siguiera métodos anarquistas.
Por ello, algunos se mantenían lejos de todo sindicato, o se
involucraban en ellos con el fin de desorganizarlos; mientras otros
admitían que uno podía unirse a sindicatos existentes, pero
consideraban casi una deserción organizar nuevos. En contraste con
la creencia de que cualquier fuerza organizada por menos que fines
revolucionarios alejaba de la revolución, Malatesta mantenía que la
lejanía de los sindicatos condenaba al anarquismo a la esterilidad
perpetua. La propaganda, argumentaba, debía hacerse entre las
personas, y los sindicatos ofrecían el terreno más receptivo para
ello. Además, la propaganda podía solamente tener un efecto
limitado, pues la consciencia anarquista rara vez podía alcanzarse
de una sola vez. La organización era el medio de un trabajador de
acercarse gradual y colectivamente al anarquismo a través de la
consciencia de clase:
Para
que se convierta en un auténtico anarquista en vez de en anarquista
solo de nombre, debe comenzar a sentir la hermandad que le une a sus
compañeros, aprender a cooperar con otros en la defensa de intereses
compartidos y, enfrentar a los patrones y al gobierno que les
defiende, apreciar que patrones y gobiernos son inútiles parásitos
y que los trabajadores podrían llevar el aparato de la sociedad por
sí mismos. Habiendo entendido eso, es una anarquista aunque no use
el título.14
Más
importante aún, el apoyo a organizaciones populares no era solamente
una buena táctica, sino también una consecuencia de las ideas
anarquistas, y como tal debe estar inscrita en el programa
anarquista. Los partidos autoritarios estaban interesados en
organizar al pueblo solamente en el grado que fuese necesario para
situarse ellos en el poder, ya sea electoral o militarmente,
dependiendo de las tácticas parlamentarias o militares del partido.
En contraste, los anarquistas no creían en emancipar al pueblo, sino
en que el pueblo se emancipe a sí mismo. Por ende, les importaba que
todos los intereses y opiniones tuviesen voz en la vida colectiva a
través de la organización consciente y de que tantas personas como
fuese posible estuviesen acostumbradas a organizar y administrar sus
intereses. “La vida social”, señalaba Malatesta, “no acepta
interrupciones. Durante la revolución — o insurrección, como
queramos llamarle — y en las consecuencias inmediatas, las personas
deben comer y vestirse y viajar y publicar y tratar a los enfermos,
etc., y estas cosas no se hacen solas.” Una vez que el gobierno y
los capitalistas fuesen expulsados, esas labores recaían en los
trabajadores. “¿Y cómo van a proveer los trabajadores las
necesidades urgentes a menos que ya estén habituados a reunirse y
lidiar en conjunto con sus intereses comunes y, en algún grado,
estén listos para tomar el legado de la antigua sociedad?”15
Malatesta
reconocía los riesgos autoritarios de los sindicatos. En 1897
discutió el asunto de los salarios en los emprendimientos
socialistas, como los periódicos y los sindicatos, comparando las
opciones de un equipo pagado versus el personal voluntario. Ilustró
el riesgo de crear una clase privilegiada de empleados con los
ejemplos del SPD alemán y los trade unions ingleses. Sugirió
pragmáticamente el curso medio de que el equipo pagado debiese
limitarse lo más posible, no ganar más de lo que se gana en la
profesión regular, y en cualquier caso no más que los obreros
manuales. Una propuesta similar fue renovada en 1913, cuando
Malatesta añadió que el equipo ejecutivo de los sindicatos debiese
cambiar con tanta frecuencia como fuese posible. Aún así, le
atribuyó cada vez más importancia a la participación de los
anarquistas en los sindicatos. En 1921 señaló que los anarquistas
no debían simplemente participar pasivamente como trabajadores, sino
también aceptar responsabilidades compatibles con sus creencias.
Reconoció que este curso de acción no era inmune a riesgos de
“domesticación, desviación, y corrupción”, pero también
señaló que tales riesgos podían minimizarse al prescribir una
línea específica de conducta, y ejercer un “continuo y mutuo
control entre compañeros”. En 1923 volvió al tema de las
posiciones ejecutivas de los anarquistas en los sindicatos,
sugiriendo nuevamente un curso medio entre dos opciones extremas:
“Creo que en general y en tiempos tranquilos sería mejor evitar
esto. Sin embargo, creo que el daño y el peligro no están tanto en
ocupar una posición ejecutiva — que en ciertas circunstancias
podría ser útil e incluso necesario — como en perpetuarse en esa
posición”.16
Finalmente,
en un artículo de 1927 Malatesta trazó una línea clara entre la
organización anarquista y la autoritaria en respuesta al panfleto
Plataforma
Organizativa de la Unión General de Anarquistas,
publicado el año anterior en Francia por un grupo de anarquistas
rusos exiliados, incluyendo a Nestor Makhno y Piotr Arshinov. La
respuesta de Malatesta, que complementa al debate con los
anti-organizacionistas y provee de una imagen más completa de su
perspectiva sobre la organización, expresaba ideas sostenidas por
largo tiempo que, como ocurrió a menudo, formuló a cabalidad sólo
cuando surgía la necesidad de hacerlo a causa de los debates en
curso en el movimiento anarquista. El principal blanco de Malatesta
fue el “principio de responsabilidad colectiva” introducido por
el órgano ejecutivo la Unión Anarquista recién formada, de acuerdo
a la cual “toda la Unión será responsable de la actividad
política y revolucionaria de cada miembro; del mismo modo, cada
miembro será responsable de la actividad política y revolucionaria
de la Unión como un todo”17
Si la Unión era responsable de lo que cada miembro hizo, objetaba
Malatesta, ¿cómo podría permitir a los miembros individuales la
libertad de aplicar el programa común como mejor les pareciera? Ser
responsable de la acción de alguien implica estar en una posición
de impedirla. Por ende, Malatesta, proseguía, el Comité Ejecutivo
requeriría monitorear la acción de los miembros individuales y
ordenarles qué hacer o no hacer. Contrariamente,
¿cómo podría un individuo aceptar la responsabilidad por las
acciones de una colectividad antes de saber cuáles serían éstas y
si no podría prevenir lo que desaprobara? Además, ¿qué quiere
decir “la voluntad de la Unión”? Nuevamente, Malatesta rechazaba
cualquier noción holística de un colectivo íntegro, sobre la base
de que las decisiones finalmente vendrían siempre desde un conjunto
de individuos; si éste no era el conjunto de todos los miembros, en
cuyo caso se requeriría la unanimidad, necesariamente sería un
grupo, ya sea una mayoría o una minoría, la que impondría su
voluntad sobre los demás. Malatesta no objetaba la necesidad de la
unidad, sino que, como lo había hecho en su debate de 1897 con
Merlino, la
aceptación ciega de un proceso de decisión
coercitivo,
incluso por regla de la mayoría.18
En
últimas, y en contraste con las interpretaciones irracionalistas de
un anarquismo despreocupado de los medios prácticos, todo el debate
sobre la organización se preocupaba precisamente de la relación
entre medios y fines anarquistas. Como repetía Malatesta en su
crítica a la Plataforma “no es suficiente querer algo; es también
necesario adoptar los medios adecuados; para llegar a determinado
lugar se debe tomar el camino correcto o se termina en otro lugar”.19
Que los organizacionistas y los anti-organizacionistas compartían
fines en común se entendió siempre durante el debate, que trataba
sobre los mejores medios para alcanzarlos: en particular, al
centrarse en los resultados posiblemente autoritarios de la
organización anarquista, incluso más allá de las intenciones de
sus defensores, el debate se trataba del desplazamiento de los fines.
Pero, a pesar de su amplitud, el debate ha pasado en gran medida
inadvertido fuera de los círculos anarquistas. Parte de la razón
puede ser que el debate, como era característico en el movimiento
anarquista, sucedió casi por completo en los periódicos
anarquistas, limitando así en gran medida su circulación fuera del
movimiento anarquista y su transmisión a la posteridad. En cualquier
caso, el vulgar cliché de que los anarquistas simplemente rechazan
la organización de antemano aún predomina. A la vez, muchas de
las ideas
debatidas entre organizacionistas y anti-organizacionistas se han
vuelto moneda
común en la literatura sociológica.
Esto
se debe, en particular, al sociólogo alemán Robert Michels, cuyo
Political
Parties,
de 1911, ha sido definido como “uno de los libros más influyentes
del siglo veinte” y “un clásico de la ciencia social”.20
La “ley sociológica fundamental de los partidos políticos” de
Michels, mejor conocida como la “ley de hierro de la oligarquía”,
está claramente ligada a esta discusión: “es la organización la
que da a luz a la dominación de los elegidos sobre los electores, de
los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los
delegantes. Quien dice organización dice oligarquía”.21
Socialista en sus primeros años, Michels se fue desilusionando con
la Social Democracia Alemana y se volcó contra el parlamentarismo.
Desde 1904 en adelante desarrolló lazos intelectuales con
sindicalistas y anarquistas franceses, y en 1907 obtuvo un
profesorado en Italia. En resumen, Michels tuvo una relación de
primera fuente con las ideas del movimiento anarquista, especialmente
con el movimiento italiano.22
Reconocía
que “los anarquistas fueron los primeros en insistir en las
consecuencias jerárquicas y oligárquicas de la organización en
partido. Su visión de los defectos de la organización es mucho más
clara que la de los socialistas e incluso que la de los
sindicalistas”.23
El historiador Carl Levy argumenta que Michels utilizó
específicamente las ideas de Malatesta sobre la burocracia en las
organizaciones obreras.24
La similitud existe, pero las
observaciones
de Malatesta sobre la burocracia obrera fueron
empujadas con aún más fuerza por los anti-organizacionistas. En
otras palabras, los argumentos de Michels reflejaban ideas que eran
el común denominador de organizacionistas y anti-organizacionistas
por igual. Aquellas ideas eran solamente el trasfondo de su
controversia.
De
hecho, los organizacionistas diferían más de Michels, porque, al
contrario de los anti-organizacionistas, creían que la ley de
oligarquía no era tan de hierro como afirmaba Michels.
Específicamente, Malatesta y Michels divergen en su perspectiva
sobre las masas.
Michels
expresaba así su “convicción científica”:
la
inmadurez objetiva de la masa no es un fenómeno meramente
transitorio que desaparecerá con el progreso de la democratización
au lendemain du
socialisme.
Por el contrario, ésta deriva de la naturaleza misma de las masa
como masa, pues ésta, aún cuando está organizada, sufre de una
incompetencia incurable para la solución de los diversos problemas
que se presentan como solución — pues la masa per
se
es amorfa, y por ende necesita división del trabajo,
especialización, y dirección.25
De
esta creencia Michels derivó su rechazo al anarquismo. Citó con
aprobación a Walter Borgius, quien, comentando sobre la afirmación
de Johann Most de que “solo los dictatoriales y serviles podían
ser sinceros oponentes del anarquismo”, señaló que “en vista de
los dotes naturales de los seres humanos, parece probable que la
mayoría seguirá siempre perteneciendo a uno o el otro de los dos
tipos aquí caracterizados por Most”.26
En
contraste, Malatesta creía que la incompetencia de las masas era
curable; o, al menos, se abstuvo agnósticamente de o bien postular
algún dote natural de los seres humanos, o de aventurarse a
profecías históricas.
_
1
“Idee e tattica [dichiarazioni dei dissidenti]”, La
Questione Sociale (Paterson)
5, no. 127 (2 de septiembre de 1899).
2 Luigi
Galleani, The End of
Anarchism?
(Orkney: Cienfuegos Press, 1982), 45.
3 “L’organizzazione”,
partes 1-3, L’Agitazione
(Ancona) 1, no. 13 (4 de junio de 1897); no. 14 (11 de junio de
1897); no. 15 (18 de junio de 1897).
4 Luigi
Galleani, The End of
Anarchism?,
35-36; “Idee
e tattica [dichiarazioni dei dissidenti]”,
La Questione Sociale (Paterson)
5, no. 127 (2 de septiembre de 1899).
5 “L’organizzazione”,
parte I.
6 “I
nostri propositi”.
7 “L’organizzazione”,
parte I.
8 “Il
principio di organizzazione”, La Questione Sociale
(Paterson) 5, n.s., no. 5 (7 de octubre de 1899).
9 Gemie,
“Counter-Community”, 352.
10
“Idee
e tattica [dichiarazioni dei dissidenti]”,
La Questione Sociale (Paterson)
5, no. 127 (2 de septiembre de 1899).
11 Luigi
Galleani, The End of
Anarchism?
12 Paul
Avrich, Anarchist Portraits
(Princeton: Princeton University Press, 1988), 168.
13 “”La
fine dell’anarchismo” di Luigi Galleani”, Pensiero e
Volontà (Roma), no.9 (1 de
junio de 1926).
14 “L’organizzazione”,
parte III.
15 Ibídem.
16 “Il
salario nelle aziende socialiste e nelle organizzazioni operaie”,
L’Agitazione (Ancona) 1,
no. 13 (4 de junio de 1897); “Gli anarchici e le leghe operaie
(Ancora sul sindacalismo)”, Volontà
(Ancona) 1, no. 15 (20 de septiembre de 1913); “Gli anarchici nel
movimiento operaio”, partes 1-3, Umanità Nova
(Roma), 26-28 de octubre de 1921; “La condotta degli anarchici nel
movimento sindacala (Rapporto al Congreso anarchico internazionale
di Parigi del 1923)”, Fede
(Roma), 30 de septiembre de 1923.
17 Dielo
Trouda, La Plataforma Organizativa de los Comunistas Libertarios
(n.p.: Workers Solidarity
Movement, 2001)
18 Malatesta,
“A Project of Anarchist Organization,” en Anarchist
Revolution, 95-99; publicado
originalmente como “Un progetto di organizzazione anarchica”,
partes 1 y 2, Il Risveglio
(Génova) 27, nos. 728-9 (1-15 de octubre de 1927).
19 Ibíd.,
98
20 Seymour
Martin Lipset, introducción a Political Parties: A Sociological
Study of the Oligarchical Tendencies of Modern Democracy,
de Robert Michels (Nueva York: The Free Press y Londres:
Collier-Macmillan, 1962)
21 Michels,
365.
22 Juan
José Linz, “Robert Michels and His Contribution to Political
Sociology in Historical and Comparative Perspective”, en Robert
Michels, Political Sociology and the Future of Democracy
(New Brunswick, NJ y Londres: Transaction Publishers, 2006), 5-11.
23 Michels,
325.
24 Levy,
“Malatesta in Exile”, 274.
25 Michels,
367.
26 Ibíd.
329, 370.