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Las minorías conscientes y las masas
El realismo estaba en el centro de la perspectiva de Malatesta sobre la relación entre las minorías conscientes y las masas. Este tema, puesto de relieve por la huelga de los portuarios, era un tema central en su crítica a la Internacional y siguió siempre siéndolo en su anarquismo. El nudo del asunto era que las minorías conscientes no podían sustituir a las masas si una revolución fuese realmente emancipatoria, y al mismo tiempo la acción de las masas no podía venir a la voluntad de las minorías conscientes.
El creciente reconocimiento de la brecha entre las minorías conscientes y las masas incentivó a mucho del pensamiento teórico y táctico de Malatesta. La Internacional había sido una asociación de trabajadores y revolucionarios en la que, Malatesta argumentaba, las minorías conscientes o bien estaban forzadas a adaptarse al retraso de la masa, o caían en la ilusión de que la masa les seguía y les comprendía. En contraste, el primer número de L'Associazione presentaba el programa de un prospecto de partido anarquista, la organización de una minoría consciente específica.
A su vez, el reconocimiento del anarquismo como un partido implicaba que el asunto de cómo actuar entre los trabajadores se presentase en una nueva perspectiva. La discusión de Malatesta sobre la cuestión fue ocasionada por la huelga de los portuarios de Rotterdam, donde habían emergido dramáticamente fricciones entre las minorías conscientes y las masas.
En su comentario sobre la huelga Malatesta elaboró el tema de "ir hacia el pueblo," afirmando que para ejercer influencia entre las masas uno tenía que vivir entre ellas, no ofrecer un liderazgo, sino predicar con el ejemplo. En vez de ocuparse de afirmaciones teóricas y abstractas, “uno debe tomar el punto de vista de la masa, descender a su punto de partida, y desde ahí empujar hacia adelante.” Los polémicos blancos de Malatesta eran los socialistas holandeses que se habían apresurado hacia los puertos de Rotterdam como foráneos a ofrecer su liderazgo y predicar la moderación. En años venideros levantaría el mismo tema incluso con más frecuencia contra aquellos anarquistas que se aislaban de las masas.
¿Cómo entonces deben realizarse la propaganda y la agitación entre las masas? La respuesta de Malatesta estaba fundamentada por una conciencia realista del limitado grado de consciencia de las masas y un énfasis en la carencia de desarrollo preestablecido y la indeterminación de la acción colectiva. Para Malatesta la historia demostraba que las revoluciones casi invariablemente comienzan con demandas moderadas, más en la forma de protesta contra los abusos que en revueltas contra la esencia de las instituciones, y frecuentemente con despliegues de respeto y devoción a las autoridades. Sin embargo, es en la acción misma que las revueltas pueden radicalizarse: “una huelga, si puede durar y esparcirse, puede terminar minando la legitimidad misma de los patrones; del mismo modo, todo ataque a un ayuntamiento o a una estación de policía, puede terminar en insurrección abierta contra la monarquía, incluso si se hace entre los gritos de ‘Que viva el rey! Que viva la reina!’”
La propaganda y la agitación debiesen tomar en cuenta tales características de la acción colectiva, argumentaba. En la prensa anarquista y en cualquier vehículo de propaganda que se dirija al público en general, los anarquistas habrían de explicar con lujo de detalle sus ideas y siempre señalar su programa completo fuerte y claro, sin preocupación alguna por ajustar su mensaje para personas y circunstancias específicas. Sin embargo, en la propaganda de uno a uno y en medio de la agitación popular, para realizar un trabajo útil, el anarquista debe ajustarse a la inteligencia, las condiciones, los hábitos, y los prejuicios de los individuos y las masas, para encausarles lo más directamente posible a la creencia y acción socialista:

Si uno teme nombrar cosas, no mencionemos nombres, cuando esto es útil para hacer las cosas.
¿A quién le importa si las personas gritan "Que viva el rey!" si están levantándose contra las fuerzas del rey?
¿A quién le importa que no quieran oír charla alguna sobre socialismo, si están atacando a los patrones y recuperando sus cosas?
El pueblo de París, inconsciente de la ironía, dió la bienvenida con vítores por el rey en cada victoria contra la monarquía. ¿Previno esto que Luis XVI fuese decapitado?
Tomemos a las personas como son, y avancemos con ellos: abandonarles solo porque no comprenden nuestras fórmulas y nuestros argumentos en abstracto sería necedad y traición al mismo tiempo.[1]


Esto, sin embargo, no debiese tornarse en un pretexto para abandonar el programa anarquista y los nombres y las cosas. En ciertas circunstancias, uno podría evitar mencionar el socialismo y la anarquía, pero solo en tanto estuviese uno poniendo el socialismo y la anarquía en práctica.[2]
Así, Malatesta, propone una doble tarea para los anarquistas: como minoría consciente autónoma, debiesen defender sus ideas por completo; como un segmento de las masas debiesen apuntar a ser tan flexibles como sea posible para encauzar la acción colectiva en una dirección emancipatoria. Cuán crucial fue esta diferenciación se atestigua en la repetida reanudación del tema por parte de Malatesta en los años siguientes, afilando aún más la distinción entre la organización como anarquistas y la agitación entre las masas.
En el artículo “Cuestiones de Táctica,” de Octubre de 1892, Malatesta reitera el tema de “ir entre el pueblo,” y elabora sobre la doble tarea organizativa para los anarquistas. Cita con aprobación la aparentemente paradójica opinión expresada por un compañero, quien argumentaba que los anarquistas deben entrar a las asociaciones de trabajadores, o, donde éstas no existiesen, crearlas primero y solo después esparcir el anarquismo en ellas. En sus propios grupos, argumenta Malatesta, hace sentido a los anarquistas agruparse solo con anarquistas de ideas afines, y seguir juntos solo por tanto el acuerdo durase. Por otra parte, fuera de los grupos anarquistas, cuando se trata de realizar propaganda y tomar ventaja de todo movimiento popular, los anarquistas debían esforzarse en hacer sentir su presencia donde fuese factible, y usar todo medio posible por reunir a las masas, educarles para la revuelta, y por tener una oportunidad para predicar el socialismo y la anarquía, en tanto tales medios no contradijeran a los fines anarquistas.[3]
Dos años más tarde, en el artículo “Andiamo fra il popolo” (Vamos entre el pueblo), Malatesta mantuvo que los anarquistas no podían y no deseaban esperar a que las masas se volvieran totalmente anarquistas antes de hacer una revolución. Mientras el presente orden social económico y político existiese, la vasta mayoría de la población estaba condenada a la ignorancia y el embrutecimiento, y era capaz solo de rebeliones más o menos ciegas. Primero el orden presente debía ser derrocado, haciendo una revolución del modo que fuese posible, con las fuerzas disponibles. Los anarquistas no podían esperar a organizar a los trabajadores sólo después que se volviesen anarquistas. ¿Cómo podrían convertirse en anarquistas, si se les abandonó al sentido de impotencia proveniente de su aislamiento? Los anarquistas debían organizarse entre ellos, entre personas con firmes creencias y en total acuerdo; pero en torno a sus grupos debían organizar a tantos trabajadores como fuese posible en asociaciones amplias y abiertas, aceptando a aquellos trabajadores por lo que eran, y haciéndoles progresar tanto como fuese posible.[4]
La distinción teórica entre las asociaciones de trabajadores para la lucha económica y las organizaciones políticas, ya clara en los artículos anteriores, se volvió cada vez más aguda en los escritos de Malatesta, ilustrando así la fertilidad de sus ya tempranas distinciones de 1889. Para él, esa distinción no sólo debía ser aceptada como inevitable cuando existía una brecha entre las minorías conscientes y las masas, además debía ser promovida como deseable, incluso en las situaciones favorables en que esa brecha era menos perceptible.
Así, en el artículo de 1897 “L'anarchismo nel movimento operajo” (El Anarquismo en el movimiento obrero) Malatesta comentó el congreso sindical francés sostenido en septiembre de 1897 en Toulouse, en el que los trabajadores franceses habían expresado sus inclinaciones hacia las posturas de los anarquistas. Mientras se regocijaba en la circunstancia, Malatesta remarcaba: “Ciertamente el congreso de Toulouse no fue un congreso anarquista — y es bueno que no lo fuese. Los congresos anarquistas deben ser sostenidos por los anarquistas, no por trabajadores en general.... excepto cuando éstos últimos se han vuelto ya anarquistas, en cuyo caso la anarquía habría triunfado.” Luego, en claro contraste con el espíritu autoritario que él asignaba tanto a los lados marxista como anarquista de la vieja Internacional, añade: “No pretendemos imponer nuestro programa a las masas aún no convencidas; menos aún queremos parecer fuertes haciendo que los trabajadores voten por declaraciones de principios que no aceptan completamente, a través de argumentos trucados y maniobras más o menos astutas. No queremos que nuestro partido reemplace a la vida popular; sino que luchamos para que esa vida sea más amplia, más consciente, y más vivaz, y para que nuestro partido ejerza sobre ella tanta influencia como venga naturalmente de la actividad y la inteligencia que el partido sea capaz de poner en su propaganda y acción.”[5]
En la reconsideración de Malatesta sobre el asunto de las minorías conscientes y las masas, basado en su crítica a la experiencia pasada en la Internacional, vemos nuevamente el realismo y el pragmatismo en acción, en contraste con el estereotipo del anarquismo como imposibilista y despreocupado de la realidad empírica. El aspecto más prominente es una perspectiva desencantada sobre las personas y un rechazo a las expectativas infladas sobre los instintos revolucionarios del pueblo. Las masas, sin embargo, eran un lado de la ecuación, las minorías conscientes, el otro. La interacción que proponía Malatesta entre las masas y las minorías conscientes era una instancia de una relación más general y dinámica entre lo posible y lo deseable, ninguno de los cuales podía derivar el uno del otro.
Como lo plantea Malatesta más consciso, “uno debe apuntar a lo que uno quiere, haciendo lo que uno puede.”[6]




[1] "Un altro sciopero."
[2] Ibid.
[3] "Questions de tactique," La Revolte (París) 6, no. 3 (1-7 de Octubre de 1892).
[4] "Andiamo fra il popolo," L 'Art. 248 (Ancona) 1, no. 5 (4 de Febrero de1894).
[5] "L'anarchismo nel movimento operajo."
[6] "Ideale e realta," Pensiero e Volonta (Roma), no. 3 (1 de Febrero de1924).