La
solidaridad como valor
La aparentemente obvia y no controversial referencia de Malatesta
a la solidaridad como el "faro de la anarquía" tuvo en realidad
crucial importancia. Dibujó una línea entre distintas ramas del anarquismo.
Esto se ilustra en un
artículo específico dedicado al tema en L'Associazione en enero de 1890, bajo el título “La lotta per la vita: Egoismo e
solidarieta” (La lucha por la vida: Egoísmo y solidaridad). El artículo
retomaba una afirmación que Malatesta ya había abordado en el primer boceto de La Anarquía, en 1884, donde había
delineado la historia como una lucha entre dos disposiciones humanas
fundamentales, el egoísmo y la solidaridad, y los correspondientes principios
de la competencia y la cooperación. En el artículo de 1890 se reitera esa
narración, y los conceptos de egoísmo y solidaridad son discutidos aún más,
polemizando con anarquistas sumergidos en un espíritu positivista e
influenciados por el evolucionismo darwinista, quienes intentaban construir el
anarquismo sobre la base de tendencias egoístas.
Malatesta señaló que la
controversia en curso sobre el egoísmo y la solidaridad era en gran medida una
cuestión de palabras. En el grado en que el sentimiento de simpatía hacia los
demás era una necesidad moral individual, su satisfacción podría considerarse
como una forma de egoísmo. Sin embargo, era una forma muy distinta de egoísmo y
superior al mero instinto de autopreservación y la desconsideración por los
demás que usualmente lleva el mismo nombre. Por lo tanto, era conveniente tener
distintos nombre para ellos, siendo "altruismo" el nombre
directamente disponible para la forma superior de egoísmo.
Aún asumiendo el interés
propio como la sola motivación de las personas, argumentó Malatesta, el
surgimiento y desarrollo de la solidaridad podría aún ser explicado de modo
utilitario, siguiendo las líneas dibujadas en La Anarquía. Al asociarse entre ellos, los individuos y grupos
animados por el altruismo toman la delantera en la lucha por la vida, siendo
todavía iguales. En suma, el interés propio y el sentimiento moral apuntan a la
misma dirección: “Si el socialismo y la revolución tienen su raison d'etre material en la
imposibilidad del proletario de alcanzar individualmente su propia
emancipación, tienen también su fuerza moral y atracción en la voluntad de los socialistas y
revolucionarios por buscar solamente su emancipación individual en la
emancipación colectiva.”[1]
La referencia de Malatesta a
“la voluntad” apunta a las relevantes implicancias de su énfasis en la
solidaridad, y que se entrelaza con su voluntarismo. Ambos se volvieron rasgos
calificativos del anarquismo de Malatesta, en contraste con las tendencias
deterministas que se hicieron populares entre los anarquistas, especialmente
bajo la influencia de Kropotkin, para quien el anarquismo era "una idea-mundo
basada en una explicación mecánica de todos los fenómenos," tanto
naturales como sociales, y la idea anarquista era “no una Utopía, construida
sobre el método a priori, luego que
unas cuantas aspiraciones han sido tomadas como postulados,” sino que se
derivaba “de un análisis de tendencias
que están ya en funcionamiento.”[2]
Al contrario de los anarquistas desafiados en el artículo de Malatesta,
Kropotkin ponía énfasis en el apoyo mutuo como factor de la evolución. Sin
embargo, el blanco de Malatesta no era ninguna teoría evolucionaria en
específico, sino la tendencia cientificista como tal. Aunque Malatesta siempre
se contuvo de atacar directamente a Kropotkin, explicó la profundidad de su
divergencia y la influencia negativa que atribuía a las teorías de Kropotkin en
un artículo publicado hacia finales de su vida, años tras la muerte de
Kropotkin.
Para Malatesta, la concepción mecánica del Universo de
Kropotkin era más paralizante que el fatalismo marxista al que Kropotkin
criticaba. Dado que todo lo que ocurre debe ocurrir, el anarquismo comunista
debía necesariamente triunfar. En la opinión de Malatesta, esto alejó toda
incertidumbre desde Kropotkin y escondió toda dificultad. Sin dudas la
influencia de Kropotkin como propagandista se debió considerablemente a cómo
mostró la evolución al anarquismo ser tan simple, fácil, e inevitable que su
audiencia fue apoderada por el entusiasmo. Sin embargo, su fatalismo optimista
era, de acuerdo a Malatesta, una forma de pensamiento ilusorio. Kropotkin
concebía a la Naturaleza como una especie de Providencia gracias a la cual la
armonía debe reinar en todo, incluidas las sociedades humanas. Esto condujo a
muchos anarquistas a repetir la frase de sabor Kropotkiniano: “La anarquía es
el orden natural.” Sin embargo, Malatesta contrapuso, “uno podría preguntar
cómo es que si la ley de la Naturaleza es en realidad la armonía, ésta ha
esperado a que los anarquistas comenzasen a existir, y sigue esperando a que
éstos sean victoriosos, antes de destruir las terribles y homicidas desarmonías
que en todos los tiempos han sufrido los hombres.” Entonces concluye: “¿no
sería más cercano a la verdad decir que la Anarquía es la lucha dentro de las
sociedades humanas contra las desarmonías de la Naturaleza?”[3]
El contraste con las teorías
de Kropotkin pone de relieve la originalidad de la aproximación voluntarista a
la solidaridad de Malatesta, la que además desafía a la afirmación, vuelta
vigente por los investigadores posmodernos del anarquismo, de que el
“anarquismo clásico” propone una naturaleza humana universal benigna.
Precisamente porque Malatesta no propuso ninguna tendencia natural hacia la
anarquía remite al anarquismo a una elección consciente entre el egoísmo y la
solidaridad que confronta a todo individuo. La armonía natural, el matrimonio
natural del bien de cada cual con el de todos, era invención de la pereza
humana, la que en vez de luchar por un objetivo asumía su realización
espontánea por ley natural. Cómo tales ideas, señaladas claramente tan temprano
como en 1890, estaban aún en el corazón del pensamiento de Malatesta tres
décadas más tarde se ilustra en el artículo “La base morale dell'anarchismo” de 1922.
Malatesta abandona ahí toda explicación histórica o sociológica de cómo surgió
el egoísmo y la solidaridad en la sociedad, pero confirmó su perspectiva sobre
la sociedad como resultado de la interacción entre aquellas dos disposiciones
fundamentales: “Cómo surgió el sentimiento expresado por los así llamados
preceptos morales y que, a medida que se desarrolla, niega la moral existente y
sustituye una moral más elevada, es tema de investigación que podría interesar
a filósofos y sociólogos, pero eso no opaca el hecho de que existe,
independientemente de las explicaciones que puedan ser propuestas.” Cual sea la
explicación, el problema sigue intacto: “uno debe escoger entre el amor y el
odio, entre la cooperación fraternal y la lucha fraticida, entre el “altruismo”
y el “egoísmo”.”[4]
El voluntarismo de Malatesta
y su perspectiva sobre la solidaridad como elección consciente no significaba
que él considerase tal elección como libre de coacciones externas. Por el
contrario, creía que era una elección que podría solamente ser hecha en
condiciones favorables. Aunque la defensa y práctica de la solidaridad y la
asociación estaban en últimas en los mejores intereses de las clases oprimidas
y explotadas, aún el espíritu de solidaridad característico del socialismo era
una fuerza moral que no podría equipararse con la mera defensa de los intereses
materiales. A lo largo de su vida, Malatesta enfatizó con frecuencia la
discrepancia entre la defensa diaria de los intereses materiales inmediatos y
un espíritu más amplio de solidaridad entre los trabajadores. En Agosto de
1893, por ejemplo, ocurrió un trágico episodio en Aigues-Mortes, en Provenza, donde treinta trabajadores italianos fueron asesinados por
trabajadores franceses enfurecidos por la competencia que el trabajo extranjero
traía a la industria local de la sal. Un periódico anarquista francés aprobó
como natural la agresión contra los "come-polenta," culpables del
descenso de los salarios. En contraste, Malatesta y Merlino denominaron la
agresión como un crimen. Mientras el periódico concedió que “hubiese sido 'más
conveniente' que los trabajadores de las dos nacionalidades se aliaran contra
los patrones,” Malatesta y Merlino replicaron que, por el contrario, “es quizás
'más conveniente' desquitarse con trabajadores extranjeros pobres que levantarse
contra los patrones.” Sin embargo, esto era también más reaccionario y más
perjudicial para la causa de los trabajadores.[5]
El contraste entre la
solidaridad de clase y los intereses inmediatos en relación a los trabajadores
extranjeros fue nuevamente tratado diez años más tarde en referencia a Gran
Bretaña, donde el desempleo y la pobreza estaban descontrolados. Parte de la
prensa oficial lanzó una campaña contra “la invasión extranjera,” y un
sentimiento similar se esparció entre los trabajadores, quienes llamaron por
“buenas leyes” contra la inmigración. Malatesta consideró este punto de vista
como errado; aún así, lo entendía, remarcando que “los daños que cada individuo
sufre o pudiese sufrir por la competencia inmigrante, en términos de falta de
trabajo o salarios más bajos, son daños inmediatos, directos y directamente palpables,
mientras que los daños generales que vienen de descartar la solidaridad entre
los trabajadores de todos los lugares de origen, y posiblemente de la crisis
artificial de los flujos de inmigración, son un fenómeno complejo, que no puede
ser fácilmente entendido sin esfuerzo intelectual.” Para Malatesta, todos los
trabajadores del mundo tenían los mismo intereses en la lucha de clases. Sin
embargo, entendía que tales argumentos podían no hallar camino fácilmente en
las mentes de los hambrientos. En tiempos de crisis, cuando la alternativa
para incluso el trabajo más explotador
podía ser la inanición, “la ciencia económica pierde sus derechos, y no es
sorpresa — ni objeto de culpa — que aquellos que están, o temen estar,
desempleados pasen por alto lo que podría ocurrir mañana, y miren a cualquier
nuevo competidor con desagrado, e incluso con odio.” Igualmente comprensible
era el hecho de que los capitalistas alentaban la guerra fraticida. Lo
inexcusable, sin embargo, era que los líderes socialistas alentaran tales
prejuicios populares.[6]
En resumen, Malatesta
sostenía perspectivas realistas sobre la formación de la consciencia de clase,
la que no esperaba que surgiese necesariamente desde los intereses materiales.
A pesar de la discotomía estándar entre “idealismo” y “realismo”, la defensa
“idealista” de Malatesta de la solidaridad era precisamente dictada por el
realismo. No creía que la anarquía fuera el orden natural o que el capitalismo
cavaría su propia tumba. Las teorías anarquistas y marxistas que proponían
tendencias históricas progresivas las
rechazaba por igual como formas perniciosas de pensamiento ilusorio.
Tampoco creía Malatesta que la defensa de intereses generaría automáticamente
una consciencia revolucionaria. El faro de la solidaridad era su sustituto para
el optimismo o la resignación injustificados.
A la vez, reconoció
realistamente que la práctica de la solidaridad, aunque en últimas justificable
incluso desde un punto de vista utilitario, podía requerir sacrificios en lo
inmediato y podrían no estar al alcance de quienes luchaban por sobrevivir.
El
realismo y el idealismo de Malatesta eran dos caras de la misma moneda.
[1] "La lotta per la vita: Egoismo e
solidarieta," L 'Associazione (Londres) 1, no. 7 (23 de Enero de 1890).
[2]
"Modern Science and
Anarchism" y "Anarchism," en Kropotkin's Revolutionary Pamphlets (1927; reimpresión, Nueva York: Dover,
1970), 250, 285.
[3]
Errico Malatesta, "Peter
Kropotkin: Recollections and criticisms by one of his old friends," Freedom
Bulletin (Stroud, Olos.), no. 12 (Julio de 1931): 4-7.
[4]
"La base morale
dell'anarchismo," Umanita Nova (Roma), no. 188 (16 de Septiembre de
1922); partcialmente traducido en Life and Ideas, 74-75.
[5]
Pier Carlo Masini, Storia degli
anarchici italiani nell 'epoca degli attentati (Milán: Rizzoli, 1981), 15-
17; "A propos d'Aigues-Mortes," La Revue
Anarchiste (París) 1, no. 5 (30 de
Septiembre de 1893).
[6] "La guerra contro i lavoranti
stranieri," La Rivoluzione Sociale (Londres), no. 7 (27 de Enero de
1903).